“Cuando abrimos las puertas de Pepe Kitchen, en noviembre de 2011, éramos la primera escuela de este tipo en nuestra provincia, y creo que en Andalucía”, recuerda José Maldonado, Pepe, responsable de este centro malagueño. “En este tiempo se han abierto numerosas escuelas similares a la nuestra, e incluso escuelas oficiales se han volcado en ofrecer una oferta de cursos para aficionados. Está claro que hay cada día mayor interés por todo lo gastronómico, que nos trae alumnos de toda Andalucía, o puntos tan lejanos como Valencia, Alicante, Murcia, Ceuta o Melilla, por ejemplo”, prosigue.
Escuelas de cocina amateur

Que cocinar está de moda no es ninguna novedad. Internet es un océano repleto de blogs dirigidos por cocinitas, las editoriales han visto en la gastronomía un hueco que explotar, la televisión saca a relucir el espectáculo que se monta en una cocina, los tours gastronómicos ya no son una extravagancia y en las calles de muchas ciudades aparecen escuelas no regladas como setas.

Para todos los gustos
Ya sea por el salto cualitativo y la presencia mediática de la gastronomía nacional o porque todos llevamos un cocinero dentro, el caso es que las ganas de aprender y gozar frente a los fogones se han manifestado en forma de centros, talleres y cursos de todo tipo. Incluso cadenas de supermercados, tiendas de utensilios de cocina, librerías y algún que otro restaurante complementan su oferta con unas horas de pedagogía. “Todo ello viene a formar parte de la comercialización masiva del ocio en general, esa es la novedad. Pero el interés en la cocina siempre ha estado allí, comer es demasiado importante y demasiado sabroso como para que no le prestemos atención”, asegura Beatriz Echeverría, al frente de La Cocina de Babette, la escuela que esta licenciada en Periodismo e Historia ha levantado en Madrid.
A diferencia de los grandes centros para profesionales, las nuevas escuelas de cocina se han adaptado a la perfección a las demandas de la ciudadanía. Cursos prácticos, desenfadados, útiles, sencillos, a precios razonables y en sintonía con los gustos y las necesidades del momento. “Nuestra idea es hacer actividades diferentes inspiradas en lo que se mueve en la ciudad. Acabamos de empezar, pero vamos a profundizar mucho más en esa línea. Además de talleres de cocina queremos incorporar talleres más culturales, de historia y sociología del buen comer, actividades cruzadas como la de bombonería y personalización de cajas para contener los dulces, actividades literarias”, resume Juanma Ramírez, director de la última incorporación en el panorama docente-culinario de Barcelona, La Patente.

De todo un poco
Cocina japonesa, marroquí, vegetariana, arroces, pasta, pan, dulces americanos, galletas, caramelos o cocina para solteros son algunos de los cursos que imparten las nuevas escuelas de cocina. En Valencia, Food&Fun promueve encuentros como la ‘paella cooking experience’ para reunir a los amantes del plato más popular de la Comunidad, porque la tradición no está reñida con la modernidad y nadie se niega a un buen plato de arroz. De hecho, muchos de estos centros programan talleres que recuperan la cocina de la abuela con la misma respuesta de público que las sesiones de guisos hindúes, como demuestra el Espai de Cuina de Terrassa (Barcelona).
La nutrición es un aspecto con el que también juegan las escuelas de cocina amateur. Son plenamente conscientes de que hay que comer bueno y bien, de manera que las lecciones de cocina al vapor o baja en calorías también forman parte de sus lecciones. Incluso existen cursos en función de la edad, como la ‘cocina para jubilados’ del centro regentado por Aingeru Etxebarría en Bilbao, o monográficos dedicados a la moda de turno, como el gin-tónic, en HelloCooking (Santiago de Compostela). En otros casos, para aprovechar la falta de tiempo y mejorar el nivel de idiomas, inglés y cocina se conjugan para aprender a dos velocidades. Este movimiento ha obligado a centros no profesionales con mayor trayectoria a redefinirse para atraer a un público ávido de nuevas formas de aprender a cocinar. Es el caso de Alambique, clásico madrileño, o el Aula Gastronòmica de la Ciudad Condal.