Las almejas salvajes son mucho más sabrosas que las de vivero, pero también resultan más caras. Por ello, conviene saber distinguirlas: toma una almeja con la mano y pasa las yemas de los dedos por su concha. Si la notas muy rugosa, se trata de un animal de vivero: al no estar sometida a los embates del agua de mar y al desgaste de la arena, la concha de la almeja de vivero no se erosiona apenas.